Hacía algún tiempo que el debate estaba presente entre mis amigos, ¿los tapones de los botines “sacachispas” también sobresalían hacia adentro? Nada estaba claro porque aún no le habían comprado un par a ninguno y el consumo inmediato no era lo común en esa época. Tal vez podían pasar años entre que semejante producto de la tecnología deportiva salía a la venta y que uno lo tuviese puesto encima. De la foto o dibujo en la revista a los pies había un abismo y era casi seguro que jamás pudieses tenerlo.
En un cumpleaños, más o menos a mis 11 años, llegó la hora de repartir la torta, los globos y los presentes. La fiesta llegaba a su fin. Cada niño estaba interesado en diferentes cosas, algunos en el tamaño de la porción que le tocaría a él, otros preocupados por la porción que le tocaba a los demás, otros no pensaban en ninguna de esas cosas sino en determinados detalles de esa casa desconocida que les mostraba una realidad diferente a la que vivían en sus hogares, seguramente algo mas pobres. Yo por desgracia me había caído a una acequia en la vereda y tenía mojadas mis zapatillas. La madre del agasajado buscó en los armarios para darme un calzado de reemplazo hasta que las mías se secaran. Entre las manos de la vecina surgieron con un color preciso y definido unos “botines Sacachispas” los cuales ató a mis pies con todas las vueltas reglamentarias que debían tener. No quería hablar para que la magia de ese momento desapareciera. Y mientras repartían la torta y los presentes yo miraba maravillado como quedaban los “botines sacachispas” y corría entre todos comprobando la velocidad el agarre y que definitivamente los tapones de goma no sobresalían hacia adentro. Pasé un largo rato en ese trance y con la velocidad instalada en mis pies porque sabía que difícilmente los volvería a tener.